2010-05-19

Crisis


Se impone hablar de la crisis, con la que está cayendo. En un tiempo de no dar crédito, ciegos de ver, sordos de oír, al parecer, también, mudos de desaliento.
Recorre uno los ánimos, comprueba el pulso de la gente en los bares, adonde se sigue yendo pese a todo, y el efecto psicológico tiene más peso que la cartera, a la que aún no ha metido mano el Ministerio de Hacienda.
Bueno. Sobreviviremos. Los que tenemos un sueldo, los que vivimos de nuestro trabajo, afortunados, sobreviviremos. Tomaremos otras decisiones, renunciaremos, haremos sacrificios. Algunos, es mi caso, renunciaremos a los ahorros, pero pasaremos el trago. Habrá otros, por los que sorprendentemente nadie ha clamado, que se habrán quedado en el camino. Pero es ahora cuando el sindicalista, pobre, vuelve los ojos locos, a su 5%.
Es verdad. Arrimaremos el hombro. Pero seamos justos. No es de recibo que quienes se lo estuvieron llevando crudo, sorprendentemente los mismos que provocaron lo que vino después, se vayan de rositas de todo esto. No es de recibo que se siga derrochando un dinero en florilegios y gaitas, no es de recibo que a los ricos, ricos, nada, y a los tontos con sueldo, que deben estar toda la vida pidiendo perdón por cobrar del Estado (y hacer un servicio, vaya), haya que pedirles todo.

No.

No es el momento de la estética vacía, del más de lo mismo, de las razones irracionales. De la improvisación. Es el momento de dar el callo, de dar la talla, de ser honestos. De apostar por lo que importa (de protestar por lo justo, de protestar por el otro, por quien está peor). De convertir la crisis en una oportunidad para pensar a largo plazo. De dar motivos para creer que hay algo de altruista en persistir en el poder que en estos tiempos no puede ser otra cosa que un servicio. De renunciar todos un poco.

Ahórrese en ministerios, ahórrese en cosas a todas luces inútiles, gástese el dinero público con escrúpulo, apriétese a quienes más tienen, defínase a quiénes y cómo, no se anden con paños calientes, retírense subvenciones inútiles, y pese a todo, manténganse aquéllas que redunden en los pobres, los verdaderos, los desposeídos, en nuestro país y en el extranjero. Imítese a quien trabaja con la mirada puesta en el bien común, en todas las ramas del saber, y rechácese a quien dilapide. Sospéchese de lo que les parezca fantástico a los segundos y pésimo a los primeros. Úsese, en definitiva, el sentido común, e inviértase, de manera inflexible, en la energía de los jóvenes.

Se acabó: ahora no es el tiempo del beneficio, es, debe ser, el tiempo de la inversión. El tiempo de la emergencia no puede separarse del tiempo de la planificación. Bancos, banqueros, grandes accionistas, empresarios de gatillo rápido, y, sobre todo, porque son quienes pueden de algún modo obligar al resto, políticos. Húrguese entre ellos y no dejen títere con cabeza. Sígase la máxima, si uno no sabe, que se reconozca en su ignorancia, que pida ayuda, y si se encuentra incapaz de ello, que busque al menos a quien no lo sea para invitarle a ocupar su lugar. Llegó el momento del coraje para seguir adelante, de la sabiduría de retirarse y dimitir.

Este es un tiempo delicado que puede servir para dejar de lado una política económica, en pos de volver política (en interés de todos) la economía. Este es, en definitiva, un tiempo óptimo para volver moral la ideología.

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"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".