2018-07-25

I-reseñas: El dolor de los demás (Anagrama, 2018), de Miguel Ángel Hernández Navarro

Terminas de leer la tercera y más personal novela de Miguel Ángel Hernández, el hijo de la Emilia, hermano del escultor, el intelectual de El Yeguas, sintiendo que acabas de entrar a un espacio propio. La Murcia de la novela es un mundo que conoces, en que intuyes que vives, pero al que no perteneces, y para transitar por él el autor ofrece un mapa sentimental lleno de recovecos, de luces (geografía de una infancia perdida, unas raíces que asientan la identidad, las imágenes que se superponen a través del tiempo, como los limones que sueñan al fondo de la fuente en el poema de Machado, por no citar a Benjamin) y sombras (un crimen que quiebra ese universo con la herida de lo incomprensible, la mala conciencia de quien huye de su pasado con la vista puesta en el retrovisor, de quien se duele de sentir ese deseo de alejarse de aquello que más ama, la imposibilidad de disolver la zona de sombra que permita reconciliarse con el mosaico cubista de la memoria).  En ese territorio, partido en dos tiempos y dos personas verbales (un presente narrado en primera persona del pretérito y un pasado narrado en una segunda persona en presente de indicativo), los tiempos de la escritura y del pasado en que ocurrió el crimen, no hay tremendismo, tampoco utopía: la huerta no se viste de estereotipos. Hay humedad, frío, poca luz, tristeza, la fuerte presencia de la Iglesia como principio rector de la esfera simbólica,  algo de superstición, horizontes chatos, habladurías y estigmas... pero sobre todo hay amor, libertad, la protección que brinda una nostalgia sucia de otros sentimientos, la figura de los padres, la presencia de la tribu, de una comunidad que define quién se es. Piensas que la novela de Miguel Ángel son muchas cosas, pero te parece que entre sus méritos está habilitar un territorio contemporáneo para la literatura en español, sin caer en absoluto en ningún regionalismo costumbrista. Los temas que aborda la novela son muchos: Didi Huberman, Koselleck, Benjamin, la obsesión por la heterocronía, lo visual,  el viaje en el tiempo a través de lo material, el fantasma, la multiplicidad que habita en el yo, el monstruo, el real lacaniano que se obstina en permanecer inasible o indefinible, el fuera de campo, el duelo propio a través del dolor de los demás, la nostalgia  por un mundo que se fue aunque no acabe de irse, por un mundo que no llega aunque uno hace tiempo que ya se sabe viviendo en él, la alquimia entre la escritura y la vida, la insatisfacción de no resolver del todo la pregunta por cómo vivir la escritura y escribir la vida, la difícil relación entre la libertad y la culpa, la compleja exhibición de un proceso de escritura que es a la vez el proceso de dar sentido al pasado en uno mismo, el riesgo de tener que asumir el fracaso del propio trabajo de escritura en ese empeño. Todo eso está en esta extraordinaria novela, sobre la que sientes que te apetecería escribir más largo. Y al final de la lectura, al cerrar el libro, te sobrecoge algo, encuentras una cosa que te seduce por encima de todo: la voz del pasado dictando la vida futura en una segunda persona magistral, en el último párrafo, en un bucle que toca los dos extremos del tiempo, como un profeta que anticipa el fracaso del proyecto que inicialmente pretende acometer el yo que narra y que, a la vez, encuentra una necesidad en que ese fracaso ocurra, una segunda persona que ahí parece la voz de Nicolás, el asesino de la Rosi, el amigo del narrador, la voz de su imagen superpuesta a la imagen del narrador en ese cementerio, encarnada en ese yo, afirmando "y entenderás por vez primera lo que importan las palabras". Enseñándotelo a ti también. Eso. Un lujo que recomendamos efusivamente.

2017-10-24

La Llana



(Foto de la web de la revista "El coloquio de los perros").

La gente de El coloquio de los perros, una excelente revista de literatura y cultura, me publica un relato inédito: "La Llana". Os dejo el enlace y agradezco lectura y comentarios.

"Los oigo reír, incansables, unos metros adelante, en uno de esos días largos de final de verano. Ella tiene la culpa de que hayamos venido. Antes, cuando conducía por la estrecha carretera que atraviesa el parque de las Salinas, llegó a parecerme una buena idea: una lámina de agua entre nosotros y el mar, de color rosa, verde, fucsia, esperando el ocaso; grupos de flamencos que trazan una raya en el horizonte, a contraluz, y descienden luego para hundir en el fango sus cabezas. Y un poco antes, “Hagamos una excursión”. Y yo la he mirado incrédulo esforzarse por aparentar alguna convicción en la propuesta.  “Vayamos a ver el final de La Manga, caminemos por La Llana, del otro lado del puerto”. Justo después me he encogido de hombros y he subido en busca de las llaves del Peugeot. Con la piel ardiendo por el sol tras la siesta y las sobras del sueño rebotando aún en la cabeza, me he preguntado, al subir al coche, desde  cuándo la vida es la consecuencia de sus deseos más o menos explícitos; si es posible renunciar a los propios y olvidar que se los ha tenido; si algo de lo que hacemos podrá cambiar algo de lo que somos, o si, en el fondo, el tiempo en nosotros no es sino la versión ampliada de estos días de verano,  una sucesión mecánica de formas de no ceder a nuestra condición de Sísifo".



Sigue aquí:
 La Llana


2016-08-23

I-reseñas: Subsuelo, de Marcelo Luján

Reseño ahora la estupenda tercera novela de un escritor argentino residente en España desde 2001, Marcelo Luján (1973), de biografía repetida en la de muchos otros escritores latinoamericanos de su generación. Subsuelo (Salto de Página, 2016) es una historia vagamente asignable al género policial, con muertes y conatos de asesinato, donde se confunden víctimas y victimarios, narrada con una inteligencia sutil y un manejo formidable de los tiempos, en frases cortas, visuales, jugando siempre con la anticipación, que nos lleva del presente al futuro continuamente, al tiempo que nos va revelando un pasado, como nos dice la novela, "un bloque compacto" sobre el que no se añade o superpone el tiempo. El término "Subsuelo" del título hace referencia a los secretos enterrados, podridos de no airearlos, que todos los personajes acarrean. De esos secretos haciéndose, en el caso de los adolescentes, mellizos, supervivientes de un accidente de tráfico que provocará que desde entonces toda su relación cambie y se envenene. Fabián, conocedor del secreto y la culpa de Lucía, la chantajeará para obtener de ella todo lo que desea, y ella lo odiará secretamente, soñando su venganza,  aunque en parte se sienta culpable por haber causado la invalidez de él. Había un tercero en el coche que Lucía condujo esa noche, su amigo, muerto, quien todos creyeron que conducía, gracias a que Mabel, la madre de los mellizos, "aquella noche envenenada" logró manipular la escena del accidente. Dos veranos después los secretos no pueden seguir bajo tierra. Afloran, como las hormigas que pueblan la tierra de la finca donde las familias implicadas en el suceso veraneaban juntas. Una plaga de hormigas, los abedules, la aparentemente plácida piscina, el pantano, el aligustre que recubre la vegetación, elementos sencillos que tensionan poéticamente el relato, testigos mudos de los sucesos vividos que acaban participando en ellos. Esas hormigas ahogadas en la piscina, una imagen clave, horadando el subsuelo bajo los pies de la memoria. Es ese pasado compacto que aterroriza a Mabel lo que la mueve en el fondo aquella noche en busca de sus hijos, de su Lucía, que se llama como otra bebé que perdió a los 19, en Argentina, en una vida antes de la suya y que nadie conoce pero que nunca podrá dejar atrás. Magistral en el arte de la distribución de la información, de un estilo sobrio, progresión lenta pero lenguaje rápido y muy visual, Luján nos hace a cada frase creer que en cualquier momento sucederá lo inevitable y terrible, y sin embargo logra sorprendernos cuando sucede. Con algo de Hammet, algo de Cortázar, algo de Ferlosio, construye una novela oscura en el centro del verano en que sucede. Altamente recomendable. Que siga él boca a boca que agradezco a mi amigo Esteban Romero.

2016-07-29

I-Reseñas: El núcleo del disturbio, de Samanta Schweblin

Sigo con estas reseñas a destiempo para referir mis impresiones tras la lectura de El núcleo del disturbio (Booket, 2011), de Samanta Schweblin. Había leído varios cuentos de esta autora, incluida en diversas antologías y referida siempre en todos los estudios sobre última literatura argentina como un hito insoslayable. En verdad lo es. El libro, ópera prima édita, originalmente publicado en 2002, es absolutamente magnífico. La palabra que mejor podría definir estos cuentos es precisión: los de la autora son relatos precisos que funcionan como máquinas de relojería suiza en dirección a causar un efecto determinado de lectura. Desaparecen en Schweblin por decisión de estilo los elementos tecnológicos y las referencias cronológicas que marcan el tiempo externo y los relatos nos reenvían a un cronotopo que remite a un contorno bonaerense al Sur de la Avenida Rivadavia, por así decir, y a un tiempo existencial, también literario, donde junto con ecos, a mi entender, de Conrad, Kafka, Lem, Vian, personaje además de un cuento del libro, que coprotagoniza con Dios, mesero de una taberna, podríamos ver aparecer al John Howell de Cortázar corriendo tras nosotros o a cualquiera de los personajes  onettianos al doblar una esquina. Schweblin forma parte de la estirpe de narradores rioplatenses que construyen ante todo más que un mundo una mirada, oblicua, descolocada o marginal. Parte de ese situarse en el margen lo da la lógica constructiva de sus personajes, a través de los que se mira y se nos ofrece el mundo: enfermos que ceden su responsabilidad ética en oscuras figuras directrices no fiables, como psiquiatras, médicos o el empleado de una boletería, es el caso de los protagonistas del último y primer relato del volumen, Benavides y Gruner, esquizoides, neuróticos o de percepción distorsionada por un elemento quizás fantástico, como la Señora Frittsch o como las mujeres de "Mujeres desesperadas", directamente psicópatas, como el Topo, o asimilados al papel pusilánime y secundario de un perro, como el marido de "La verdad sobre el futuro". El lenguaje de Schweblin se mancha en cada caso con la materia de cada mundo interior de sus personajes, inclusive en los relatos narrados en tercera persona. Formidable es en ese sentido "Matar a un perro". Es interesante subrayar otro gesto de estilo: los narradores protagonistas de estos cuentos son varones, cuando aparecen mujeres la narración es en tercera persona, aun cuando se bucee en la perspectiva de un testigo de la acción, como en "Adalina". La lectura del universo masculino se centra en sus crisis y sus respuestas ora brutales, ora pusilánimes a los retos que un mundo violento, sórdido y confusamente absurdo les propone. La derrisión de ese espacio masculino se acomete de manera magistral en "El sueño de la revolución" o en "La pesada maleta de Benavides". Este último cuento que cierra el libro es una obra maestra, por cierto. Está en él la reflexión final sobre el arte, el modo en que se ofrece como marco cómplice y da carta de naturaleza, vuelve consumibles las formas del horror, en esta obra, el cadáver de la esposa de Benavides descuartizado para que quepa en una maleta. Maravilloso es comprobar cómo se nos hace a este asesino confeso víctima de un plan macabro que lo hace artista mediante su conversión en eslabón de una extraña cadena puesta a funcionar en el mercado cultural. Al leer a Schweblin pensé en la obra de  Levrero, París. Gardel canta en ella en directo después de muerto tangos que nunca cantó, nuevos, originales, en un imposible Odeón. Bien: los cuentos de Schweblin hacen pensar en un regreso al núcleo oblicuo de la narrativa Argentina del siglo XX, con un lenguaje cortado y rápido que toma el pulso de su presente. Hay que leer a Schweblin.

2016-07-25

I-Reseñas: Recetas para astronautas, de Basilio Pujante.



Termino Recetas para astronautas (Balduque, 2016), libro de relatos editado por Balduque, editorial joven afincada en Cartagena que apuesta con claridad por voces nuevas en poesía y narrativa. En concreto, B49 es la colección que los editores dedican a voces noveles, mayoritariamente con acento de Murcia. El libro de Basilio Pujante es el segundo de la colección. Recetas reúne textos heterogéneos, ordenados de manera consciente de acuerdo a su extensión. Los más numerosos, que aparecen en primer lugar, son microrrelatos, género al que Basilio Pujante dedicó una tesis doctoral. Las ilusiones infantiles perdidas, el descreimiento de aquellas tomadas como verdades, siempre tratado con sentido del humor, o el tema del doble, con ecos borgianos, son algunos de los motivos que abordan sus microrrelatos, "El hombre de arena" quizás el mejor de ellos. Algunos otros relatos de mediana extensión suelen construirse mediante alguna fórmula de lo raro o lo fantástico, de gusto cortazariano,  "Anacronismo", "El bebé del 3A" (que inmediatamente nos remite a "La puerta condenada" de Cortázar), "Un cartel con su nombre" o "15 de agosto", este último logrado particularmente, en su magistral empleo de la técnica del cambio de contexto. Pero los más interesantes relatos de Pujante son aquellos que de alguna forma traslucen entre líneas un espacio geográfico o una memoria incardinada en un contexto sociológico digamos conocido o propio. El citado "15 de agosto" es un ejemplo de ello. Otros en este sentido trabajan sobre el paso del tiempo, que destruye o resquebraja los recuerdos o vivencias asociados a una Arcadia de andar por casa, de barrio o coloquial. En este sentido uno de los que mejor explota ese mundo personal del autor es "Miss pedanía", que combina a partes iguales crueldad, ironía, desencanto, humor y ternura. Podríamos destacar también otras facetas de este narrador, como la agudeza para el diagnóstico clínico que con más tristeza que crueldad ve "Cadáveres sociales" entre los adolescentes, o los relatos construidos desde lo lúdico, jugando con palabras y modismos con sentido del humor, como "Follar verbo transitivo". Pero los relatos más extensos con los que el libro cierra parecen concitar las mejores virtudes de Pujante. Quizás "Dios (una historia de amor)", un cuento con un comienzo inmejorable, y "El tema del doble", ambientados ambos en Suiza, son los dos relatos más maduros, complejos, brillantes del libro. Este último cierra el volumen y verosimiliza la posibilidad de suplantar la identidad de un escritor homenajeado en un congreso, siendo el suplantador un becario de investigación. Andrés Brabo, este escritor excéntrico, vividor y mujeriego, al llegar tarde al evento en Neuchatel, debe también hacerse pasar por el protagonista y el juego de equívocos, con un trasfondo de temática universitaria, de celos y luchas intestinas, muy divertido, está servido. Estos dos relatos, que podrían formar parte de un proyecto independiente de cuentos europeos junto con "El ladrón de libros" o "Una pinta en Haworth", de nuevo combinan humor, ironía, desencanto, crueldad y ternura, las marcas de un narrador inteligente, con un mundo propio, que Balduque sirve acertadamente a sus lectores, contribuyendo con su labor editorial a lo que me parece empieza a ser una realidad: la de la nueva narrativa murciana de este siglo. Felicidades.

2016-07-22

I-Reseñas: La vida interior de las plantas de interior, de Patricio Pron




Debo a la generosidad y recomendación de mi amigo Héctor R. que llegara a mis manos el excelente libro de un escritor argentino atípico, con un mundo personal rico en matices, que dialoga sin grandilocuencia alguna con la experiencia íntima de la escritura en un contexto globalizado que traducen sus cuentos. Al menos es lo que se desprende de la lectura de La vida interior de las plantas de interior (Mondadori, 2013). Algo hay en los personajes de Pron de los del Bellatin de Flores o Damas chinas. En algunos de sus relatos más fragmentados, donde maneja magistralmente la analepsis y la prolepsis, como en  "La explicación" o "El cerco", algo hay de lo mejor de  Nocilla  dream de Fernández Mallo. Y en algunos de ellos se saborea algo del gusto por la paradoja y el cuestionamiento de lo aceptado en su centro que nos reenvía a la prosa de  Piglia. En el estilo, el periodo largo, aunque ágil, que pide decir siempre algo más, que matiza antes del punto y seguido, recuerda por momentos al Javier Calvo de El Dios reflectante o más aún a algunos textos de Rodrigo Fresán. Pero la poética de los relatos de Pron es más sobria que la de estos dos últimos autores, más íntima, fría, suavemente autoirónica la mayoría de las veces, y cruel o sarcástica otras, reservando no obstante un resquicio por donde se cuela la luz de una esperanza en la trascendencia a través del arte, por ejemplo en los relatos cuyo tema es la escritura, el campo literario, los premios o los escritores. "Un jodido día perfecto sobre la tierra" (su modo de titular es también marca de la casa), de narrador autodiegético, logra un tono cómplice muy eficaz (que recuerda al de relatos como "Tu madre bajo la nevada sin mirar atrás" de El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan), o "Algunas palabras sobre el ciclo vital de las ranas", en primera persona, donde aparece "el escritor argentino vivo", azaroso vecino a la llegada a la capital del protagonista,  son dos relatos formidables, de lo mejor del libro. Los enigmas breves que resuelven otros relatos de Pron, dejándonos nuevas preguntas a cambio, son aquellos que generan los comportamientos erráticos que seres innominados, un niño, L, el escritor A., etc., despliegan en conexión con las cosas y realidades que casi por azar los rodean y "son" con ellos o a través de ellos, hiriendo sutilmente su intimidad. La sensación que nos queda es el no saber dónde comienza su identidad, dónde terminan de ejercer su influencia los objetos, cuándo comenzamos a ser, cuándo a no ser. Proyectando una subjetividad en devenir sobre la que muchas veces (sobre todo en los cuentos que se narran en una distante tercera persona) el narrador planea sin llegar a atravesarla, lo que dificulta o enrarece la posible identificación con esos personajes y a la vez nos habla de cómo se contruye la experiencia o el yo en nuestro extraño mundo cotidiano. Y están,también, aunque menos que otros libros del autor, las relaciones familiares, el modo en que el eco del dolor o el sentido que se arma en ellas nos llega como las ondas que vienen del espacio exterior hasta nuestro presente. Aunque esta reseña, escrita desde la pasión de un lector sin mayor interés que recomendar algo bueno, es una reseña a destiempo, por lo que no descubro nada, diré que Pron es de los mejores cuentistas que he leído últimamente, difícilmente integrable en ningún grupo de los que pueden armarse en la Argentina reciente, un autor que no tenía en el mapa. El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, que también he podido leer, y este estupendo La vida interior de las plantas de interior, ambos en Mondadori, confirman mi impresión. Muy recomendable.

2016-06-17

Nuestra mala conciencia



Acabamos de ver en el telediario
a un niño pequeño, descalzo, mal vestido,
perdido en el revuelo, abrazarse llorando
a una periodista en el Este de Europa.
Pregunta, entre sollozos, en un inglés muy malo:...
su familia no está y él se ha perdido.
Los soldados disparan sus botes lacrimógenos
en la frontera entre Grecia y Macedonia.
Nosotros, todos, comemos con lágrimas en los ojos. 
Lloramos en familia, abrazados y rotos.
Siempre la misma historia. La misma en todas partes.
Solo han dado a quinientos y el resto, que se hunda.
Todo lo otro que pasa es confundir prioridades.
"Trirt el qui mai no ha perdut per amor una casa"
Decían Margarit y García Montero.

Simplemente quería compartir nuestro asco,
nuestra mala conciencia a las tres de la tarde. 

2016-02-22

Presentación Manifiesto Azul 16

 

Este viernes, en el Café Ficciones, a las 22:00 participaré en la presentación del Fanzine "Manifiesto Azul 16", que el Colectivo Iletrados lleva adelante en Murcia. Leeré un cuento titulado "De las desagradables consecuencias de abandonar un empleo (relato para tiempos de crisis)". Esta es mi cuarta colaboración con ellos. Os dejo un enlace a la última de ellas, con dos microrrelatos. Nos vemos allí.

2016-02-04

El hoyo de los fantasmas II



I.
Aunque tú no lo sepas la primera semana de todos los meses de julio paso frente al hoyo donde habitan los fantasmas. Si uno se detiene, paciente, y la noche es lo bastante densa, puede oírse esa voz como un mar de fondo, viniendo de un mundo sin ojos en que se acumula la tristeza.

Nadie recuerda su nombre, ni siquiera haberlos visto, pero ahí están: su zumbido eléctrico, un pálpito bajo los pies, un idioma arcano y confuso que habla en nuestras sienes, como la sangre.

En esas fechas, en busca de algo de fresco, por evitar permanecer ocioso o tal vez obligado ante tu negativa, dejo nuestra cama y recorro el trayecto que lleva hasta el hoyo, abandonando la parte frontal de la casa, sus estancias acristaladas, calurosas, expuestas a las miradas de paseantes solitarios. Para huir sirven todavía las encrucijadas en los corredores, angostos, de la casa.

II.

Se diría que nadie más conoce el lugar: hay que tomarse la molestia de descender al sótano, atravesar esa puerta al final del pasillo, y salir al patio, donde las enredaderas. Y uno diría que, después, descender por ellas, cerrando los ojos, respirar hondo, abandonándose.

De llegar allí, no resulta sencillo reconocer la ubicación exacta: el hoyo está tapado con cera y parece más bien una mancha de óxido. Una mancha sobre una baldosa rota o agrietada, una mancha tan lejos de la vigilia, del día y su cuota de cansancio, de trabajo, de miseria.
No es sino cuando uno duerme que se recuerda el camino: en los sueños no funciona nunca Google maps, ni los teléfonos, ni el GPS, y ningún mapa resulta necesario. Los sueños se detuvieron en la escala tecnológica, pertenecen al último tiempo en que el alma puede reconocerse a sí misma. Pertenecernos. Pero por desgracia en ellos los fantasmas quedan del otro lado. Su recuerdo, hecho de cerraduras, se pierde con las sobras de la noche previa, como un eco tras la última palabra de un cuento.

III.

Hay que buscar otro modo. El que inexplicablemente me ha llevado hasta aquí para ver que, en esta ocasión, la cera está reseca y parece sólida. Pero están, yo sé, pese a los años, los fantasmas, o así es como yo los llamo.  Alguna vez saldrán a reclamar lo que es suyo. Esta casa, por ejemplo... y es curioso, porque en realidad no recuerdas haberla poseído antes. Sentir su peso, como ahora. La casa es- lo sabemos- un enorme fantasma, el escenario de un recuerdo impostado, la esfinge que reclama una respuesta que no tengo, la enorme losa que sepulta la verdad fúlgida del fracaso. No me extraña. Todos somos esfinges para otros. Todos, esa cuota de preguntas mudas, sin respuesta. Tampoco los fantasmas me responden. Un murmullo indecible suele encharcar la mente. Y traducirlo es en vano: sus palabras podrían ser las mías, los ladridos rabiosos de un perro azul que nada significan.

IV.

En noches como ésta compruebo si resiste el tapón que nos separa. Vigilo bajo el rayo de luna que desciende por el tragaluz del patio. Todos los veranos, lamentando no poder ser como los otros, llámeselos familia, amigos, ajenos, al doblar una edad, fingiendo un sueño que ya no vendrá en habitaciones que esperan el amanecer.

Cualquier descuido, un dedo al azar hurgando distraído, la secreta curiosidad de las cucarachas o los roedores en busca de alimento, podría acabar con la sensación de seguridad con la que, insolentes, caminamos el resto del año. "¡Cualquiera"- me digo, con un eco que fustiga el cerebro- "podría reblandecer la cera, incluso uno mismo!". Entonces me veo en cuclillas, preguntándome por qué habré venido con este mondadientes, por qué estoy perforando esta noche de julio, hundiendo la madera humedecida en la costra del recuerdo. Por qué deseo inútilmente que se acabe este miedo y sean los fantasmas quienes gobiernen la casa, liberándonos de esta carga, y que seamos nosotros los acurrucados, unos contra otros, huesos contra huesos, como en aquel relato de Ayala, o de Rulfo, en el silencio tibio de la noche. "¿Por qué?", les pregunto, pero no me responden, cubriéndome con su cáscara de palabras mudas y pegajosas, haciéndome sentir que ahí acaba todo, mientras resbalo por el hoyo de los fantasmas, inoculándome el veneno de la ataraxia, de no sentir una alegría distinta, de no alcanzar una verdad con ello.

V

Finalmente, el día pone en juego la maquinaria inmisericorde por la que los otros, jueces y fingidores, se mueven cómodamente, como reptiles sin sueño. Aunque nos lamentamos, nosotros también nos movemos por acción de sus engranajes, lo sabemos, y julio quedará atrás y acabamos también viviendo y saliendo de la casa sin saber cómo. O es la casa la que sale de nosotros, afuera, primero, después, al otro lado de la calle, más tarde hacia otro barrio, en el extremo opuesto de la ciudad, o hacia una ciudad diferente. Hasta que un día esa casa, o esa ciudad, ya no existen, o son apenas un hoyo en una baldosa rota en un pedazo de nosotros, una migaja inapreciable, el catéter infinitesimal por el que no podremos desangrarnos aunque lo deseemos.

VI.

Hoy también, como tantas veces, regreso, despuntando la mañana, a la cama de esa habitación sin sueño. La misma habitación en que hace ocho años estuviste, a la misma hora en que iniciamos aquel viaje, a la misma en que te abrazabas con tu esposa, a la misma en que tu hermano y tú llorabais, unas horas más tarde del instante en que colgabas la escena final de Bladerunner en el blog que abriste un año antes, unos minutos antes del instante en que llamabas a la funeraria, unas horas antes de ver desfilar una miríada de rostros incomprensible, un día antes de sentirte extraño como nunca en una habitación de hotel. Hoy, de nuevo, me acuesto a tu lado, te doy la mano y te confieso que he fracasado: "No he logrado hablar a los fantasmas, perdóname". Te cedo la palabra y me despido, a sabiendas de que habrá un próximo verano.


Volvemos a ser uno. Te despiertas, ya conmigo adentro, y no puedes verme. Nos reconocemos en las letras que componen un nombre, Jesús, y seguimos viviendo en la lucidez de saber a ciencia cierta que nos acompañará, intratable, para siempre, esta intemperie sin mapa, el peso secreto de una casa, la sombra querida de una ciudad en que una vez los fantasmas nos miraron sin decirnos nada.

2014-12-20

Metacrilato (o crónica de nuestro viaje a Marte)



Despiertos al zumbido de máquinas de oxígeno,
al ritmo monstruoso en el negro universo,
buscamos quebrar la faz del metacrilato,
la cápsula traslúcida que custodia este sueño.

Sabemos sin embargo
que el velo transparente aislándonos del mundo
no es ya el cristal:
en aquellos había
un reflejo fugaz sobre su superficie,
la sombra o el fantasma que llamábamos vida
mirándonos.
                              En cambio
el cianuro de hidrógeno proclama la estructura
de un presente absoluto que no puede quebrarse,
como tampoco herirnos astillándose.

Si aplicáramos ahora, con fuerza, en un impacto
la acupuntura tenaz de la palabra exacta,
no habría las esquirlas que devuelve un espejo,
 el rostro fracturado
de nuestra soledad reflejado en sus partes.

Quizás
se agrietaría el polímero:
entre nosotros y el aire,
sus trazos caprichosos como de telaraña,
refracción imposible de la luz por su plástico,
esperanza oclusiva sin espejo ni lámparas.

El frío del azogue será un vano recuerdo
en este viaje abstracto por la noche oceánica,
utopía de agujas, electrodos y cables
bombeando su savia al Espacio vacío.

Es el metacrilato lo que encierra este sueño
de constantes vitales y de venas abiertas,
enfriando la sangre en un bucle perpetuo,
bajo la luz ingrávida de esta sala de autopsias,

“Sólo así”, repetimos, “llegaremos a Marte”,
en diálisis cíclica de oficina y denuncia,
en parte protegidos, del todo secuestrados,
a bordo de esta nave, que viaja hacia lo oscuro.
"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".