2014-12-20

Metacrilato (o crónica de nuestro viaje a Marte)



Despiertos al zumbido de máquinas de oxígeno,
al ritmo monstruoso en el negro universo,
buscamos quebrar la faz del metacrilato,
la cápsula traslúcida que custodia este sueño.

Sabemos sin embargo
que el velo transparente aislándonos del mundo
no es ya el cristal:
en aquellos había
un reflejo fugaz sobre su superficie,
la sombra o el fantasma que llamábamos vida
mirándonos.
                              En cambio
el cianuro de hidrógeno proclama la estructura
de un presente absoluto que no puede quebrarse,
como tampoco herirnos astillándose.

Si aplicáramos ahora, con fuerza, en un impacto
la acupuntura tenaz de la palabra exacta,
no habría las esquirlas que devuelve un espejo,
 el rostro fracturado
de nuestra soledad reflejado en sus partes.

Quizás
se agrietaría el polímero:
entre nosotros y el aire,
sus trazos caprichosos como de telaraña,
refracción imposible de la luz por su plástico,
esperanza oclusiva sin espejo ni lámparas.

El frío del azogue será un vano recuerdo
en este viaje abstracto por la noche oceánica,
utopía de agujas, electrodos y cables
bombeando su savia al Espacio vacío.

Es el metacrilato lo que encierra este sueño
de constantes vitales y de venas abiertas,
enfriando la sangre en un bucle perpetuo,
bajo la luz ingrávida de esta sala de autopsias,

“Sólo así”, repetimos, “llegaremos a Marte”,
en diálisis cíclica de oficina y denuncia,
en parte protegidos, del todo secuestrados,
a bordo de esta nave, que viaja hacia lo oscuro.

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"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".