2006-12-04

La huida del universo

De chico me gustaba la idea de clase de ciencias naturales de unas estrellas que aún veíamos pese a haberse extinguido, su luz llegándonos, y valga la redundancia, a través de millones de millones de años luz. Y esta idea de la luz se ha venido combinando, aplicándose a mi percepción de multitud de cosas de la realidad.

La inexistencia de las estrellas es un sintagma duro, melancólico, absoluto, una sentencia que lo borra todo y da la vuelta, su huida en el tiempo y en el espacio. Una huida que podemos aplicar a los objetos de este mundo material y sensible, que en su mayor medida son luz, es decir, percepciones visuales para nosotros. Incluso aunque podamos añadir otras percepciones a su aprehensión, podemos seguir transformándolos en luz, al menos eléctrica, en formato vídeo.

Los objetos son huidas de luz, sistemáticamente procesos ineludibles de una orquesta esencial en el Universo. Porque, de igual modo que nuestra visión de planetas y estrellas ha de darse gracias al viaje de la luz, la luz que somos y que es el Mundo debe continuar su fuga para ser, para que seamos para algún otro mundo o galaxia, espectáculo visual.

De modo que la fuga, la huida, esa idea romántica, trágica, desgarrada, esa goma de borrar del mundo, ese telar que desteje eternamente los hilos de lo real, y, por ende, la Realidad misma, (porque la Realidad es una literatura construida a partir de lo que pensamos sobre lo que vemos, tocamos, oímos, y que llamaré lo real, que aún no conocemos), está de algún modo ligado con lo espectacular. El universo es un espectáculo de piezas en ensamblaje difuso, para las que es imposible autocontemplarse, autoconcebirse, y por ello, autorrealizarse (al menos desde el punto de vista de lo real). Ni sabemos, ni podemos, ni somos, juntos en un mundo en el que las cosas que están ahí, han huido, o están huyendo, o murieron hace billones de años. ¿Desolación en medio de un abismo?

Y todo se multiplica tras los cristales de luz eléctrica de la televisión; el mundo nunca como hoy ha sido un decir, un objetivarse como luz, en tanto que espectáculo, nunca el Presente había sido repetido en diferido, nunca la experimentación se percibió como una simulación con pequeñas variables. Todo esto genera una tristeza demasiado desconcertante para poder ser melancólica.

Nada nuevo, salvo que por ello es en ese reconocimiento de imposibilidad técnica donde está el reverso de todo. Todo razonamiento de la Historia ha tenido su reverso en algún punto del hilo, su punto de inflexión por donde la cosa gira y da la vuelta, haciendo una pirueta increíble, para volver a empezar desde el principio. Porque, siendo la realidad un espectáculo de luz en fuga, nunca anduvimos tan cerca de ser lo que somos, como ahora: luz.

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"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".