2006-12-05

Las nubes

Las nubes son bruma, incertidumbre, el pasado que ha vuelto de algún modo para recordarnos algo. Las nubes no son producto de la meteorología. Las nubes viajan en su velocidad inmutable de concepto vivo, de imagen de piedra entre culturas remotas, sin toda la prisa del mundo, eternamente aquí, y allí, desvaneciéndose de repente, como la memoria, como el amor. Las nubes llevan cosas: Noviembres, tardes lluviosas que compartimos entre las sábanas, asoman por un hueco inútil a un pedazo de cielo, tal vez una ventana. Las nubes llevan escritas leyendas, tristezas, arrancadas de pueblos y tierras que se han muerto o, quizás, se estén muriendo. Petrifican los ojos que las leen, soplan el vidrio de gafas invisibles. Enfrían la risa, que nunca es risa del todo en los días plomizos. Y descargan.

Descargan su ira y su innobleza, su frío invertebrado. Llueven sobre lugares que nunca conocieron la causa de esas tristezas que transportan, pero las contagian, con un agua preñada de un barro de tristeza. Agreden, incomodan con su frío y humedad en los calcetines de los hombres que andan apresurados a la carrera, a su nueve a dos, a su cuatro a diez, a su media jornada, a su libro los domingos. Arañan la conciencia y - ¡ojalá se vaya esa lluvia!- rompen planes, destruyen horarios, desbaratan excursiones familiares, pueblan absolutamente los domingos. Las nubes amortiguan el sonido de las campanas. Se deshacen las gargantas de los pájaros como un murmullo de toses apagadas.

Las nubes son seres incomprensibles que nos devuelven lo que nos han robado o creíamos haber perdido en alguna de las curvas del arroyo de la vida. Con sus formas caprichosas levantan castillos, rostros, siluetas confusas que son todo y no son nada. Nos devuelven ilusiones que no son, amenazas imprecisas, sentimientos borrosos a nuestro corazón desposeído, desahuciado, y nos los muestran irrecuperables, vagamente reconocibles. Tal vez sea por eso que las nubes se pliegan como una membrana de algodón sobre nuestro vínculo con el universo azul, del otro lado, arrebatándonos la luz, el sol, el mar, los niños de los parques, la frágil sensación de una próxima felicidad.

Otoño de 2003, "El otro rumiante del rincón"

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"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".