2006-12-05

Las gallinas húmedas

He tratado muchas veces escribir de Bolivia. No he podido, sin embargo. Bolivia es una cosa que se mantiene aquí como dormida, pero también se me escurre como un lejano presente en la memoria. Quiero viajar de nuevo a ese territorio en que habita como un latido hambriento debajo del cerebro, pero las cosas que yo recuerdo se mezclan y se me desdibujan, se hacen una pasta indescifrable y siento que no puedo (o no quiero) traducirlas. Tal vez al haber dejado pasar demasiado tiempo, esté buscando con quién identificarme, para decir “yo sí, también viví lo mismo”. Pero no sé si lo hay, porque cada persona que me encuentro me transmite esa sensación de lograr una verdad tras tal o cual viaje, una experiencia definitiva en sus vidas, la pieza clave en la operación de vivir, y todas esas cosas que a mí me son desconocidas. Aunque lo nieguen, tal pieza o experiencia o verdad, de cara a todo el mundo es importante, aunque luego el mundo llegue y los arrastre de nuevo, a un vasto porcentaje de pensamiento egoísta, a todas esas cosas que nos hacen iguales, mediocres, diminutos y que llamamos vida cotidiana.

La pulsión o el reflujo que bulle por debajo de todo lo que toca o deja cicatriz quiere ser el motivo de mi escritura. Esa cosa tan difícil de no hacer la versión sino volcarlo todo, consiste en ser lo que se escribe, para escribir realmente lo que se es. ¡Ojalá se pudiera...! Bolivia es un viajar a un mundo diferente que te va atrapando casi sin querer y, al detenerse un instante, encontrarse con que se está de paso, que nunca acabarás por pertenecer a ella, que todo en realidad no es sino un exilio de la mirada... Y, a la vuelta, la vuelta a estar de paso en tus propias fronteras, descubrir que la vida es una contradicción absoluta, una lucha mucho mayor que la que imaginabas, una herida absurda de sangre que ya no late, de sangre que ya no sangra.

Este relato quería ser la conclusión de la frase Yo fui a Bolivia y descubrí... pero no hay palabras para explicar qué es lo que se descubre, porque todo descubrimiento me parece traición si no acaba con el cortocircuito de tu vida pisando esa tierra roja de calles polvorientas, respirando el aire dulzón y amarillo de su bosque seco chiquitano, encontrarse uno mismo en medio de la selva en los terribles brazos de la Naturaleza, en la infinita sonrisa de los niños, en la minúscula capacidad humana para resolver su propia existencia, en la artificiosidad de cualquier éxito, cualquier poder, cualquier riqueza. Uno nunca acaba de decidirse, pero sabe que permanecer inmóvil donde se está acabará en traición... Por eso, si alguien me preguntase, yo le respondería que elijo el movimiento, acabe o no pisando su tierra o respirando su aire, dejando simplemente que aquello que es Bolivia tome posesión del corazón, me ancle al movimiento de una vida que despierta agradecida a esas dosis de impotencia, de sueños por hacer (como dirían Pepe o Ricardo), que también son parte de Bolivia, como lo son la nostalgia, la rabia, el cariño, el silbido del tren en mitad de la noche o las gallinas húmedas.


Otoño 2003, "Otro Rumiante del Ricón"

1 comentario:

Álex Chico dijo...

Querido Jesús. Ya cuento con tu blog como una nueva lectura diaria. Enhorabuena por la pulicación del libro. La merecías. Y, claro, cuenta con la presentación por aquí, por Barcelona. Un abrazo.

"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".