2009-08-22

Intermitencias


I.
Despertó sobre la acera. Alguien la había recostado con los pies en alto. Delante de sí estaba Matías, su novio, quien le hizo saber que su padre la andaba buscando por el asunto de los doscientos euros que habían desaparecido de la caja. Ella, la chica de la catequesis parroquial, había robado a su propio padre, faltando como poco a dos de los Diez Mandamientos. Se incorporó y le pidió a Matías que no se preocupase, ella reservaría el pasaje y se verían de nuevo en la puerta de la Estación. Era entonces o no sería nunca. No era una huida, era un viaje definitivo a sus sueños. No supo muy bien qué ocurrió al salir de la Estación de autobuses con un billete a Madrid y su guitarra al hombro. El sol la deslumbraba.

II.
Despertó en el asiento trasero de un coche. Su padre conducía en silencio. Sus acusadores ojos la miraban desde el retrovisor. Le dolía la cabeza. Su padre le contó cómo el yonqui de Matías le había robado los doscientos euros y el pasaje a Madrid. Jamás llegaría para la prueba. A cada rato repetía cuánto lo sentía. Su estómago era todo una bola de rabia. Pidió a su padre que la dejara apearse. Regresaban los mareos. Apenas tuvo tiempo de abrir la puerta del servicio de la gasolinera. Cerró los ojos, la acidez estallaba en la garganta.

III.
Despertó. La cabeza le explotaba. Se levantó a duras penas, todavía débil por el esfuerzo. Ignoraba si aquel olor nauseabundo se correspondía con sus propios vómitos o con los de su predecesor. Para colmo no salía agua de la cañería. El calor reavivaba las náuseas. Sin saber muy bien qué hacer caminó tambaleándose hasta un surtidor y encontró que en la acera de enfrente la esperaba Matías. Apesadumbrado le contaba que debía viajar urgentemente a Madrid. Su padre estaba ingresado por una grave enfermedad. Ella estaba confundida, después de todo, no sabía si fiarse de Matías. Caminaron de la mano. Le pareció raro que él, sin embargo, no le preguntase por el olor. La despidió unos metros más allá, en la puerta de la Estación, depositando los doscientos euros en su mano: Cosi, te quiero mucho. Ella se internó en el edificio. Sus últimas palabras se apagaban en la oscuridad.

IV.
Al despertar el mundo tardó aún unos minutos. La oscuridad era cálida. Palpó las paredes del útero: el espacio no era muy amplio. Los mareos habían desaparecido. De repente, se encendió una luz al fondo y alguien dijo: Es tu turno, mucha mierda. Así, sin pensarlo demasiado, agarró la guitarra y cruzó las cortinas. Del otro lado la megafonía ya había anunciado su actuación. Las emociones se agolpaban hasta que sobre todas ellas la alegría se impuso: su padre y Matías, superando viejas rencillas, se sentaban juntos en primera fila. Interpretó una de sus canciones más viejas, lenta, profunda, desgarradora. Con el eco del último acorde llegaron los aplausos, que caían como gotas de lluvia sobre sus ojos cerrados.

V.
Al despertar ya no había aplausos, ni público. En la habitación del hospital su padre agarraba su mano entre lágrimas de alivio. El niño iba a llamarse Matías, como su difunto padre. Los policías no esperaron más y se lo llevaron.

Publicado en la antología De mes en cuando, Ediciones Pura Vida, 2009.

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"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".