2009-04-14

Urgencias


Me levanté con un dolor terrible en la espalda y en el cuello. No podía moverlo sin marearme. Así que decidí, cambiando mi costumbre, hacer el gasto médico que me corresponde como ciudadano e ir de mañana a Urgencias al hospital público. Dicen que no debemos hacerlo si no es absolutamente indispensable, pego la imagen sin obviar el otro consejo cien veces repetido de no automedicarse y acudir al médico. Me atendieron bien, relativamente rápido. Una enfermera valoró la gravedad de mi caso, me inyectaron un calmante que agradecí en extremo y después me hicieron pasar adentro, a otra sala de espera, y ahí esperé otro rato a que me llamara la traumatóloga. La sala estaba abarrotada, varios enfermos en silla de ruedas con el suero puesto, otras señoras enchufadas a inhaladores, otros señores con la clásica nebulización por la alergia. Hasta ahí bien. El que no estaba tan bien era un hombre vestido de calle, casi en los huesos y blanco como la pared. Sujetaba una bolsa de plástico sobre sus piernas con una mano, con la otra un pañuelo de papel donde escupía de tanto en tanto. Lo miré quizás de manera demasiado insistente y dejé de hacerlo. El pañuelo estaba manchado de sangre. Me fijé en su acompañante, una mujer mayor que él. Vestía blusa y vaqueros, zapatos castellanos. Pelo corto y canoso, más de cincuenta años. Pensé, una monja. Su acento (le hablaba de vez en cuando a este hombre, sin mucha respuesta) del norte, reforzaba mi hipótesis. Había aparcado la silla de ruedas a menos de dos metros de mi asiento. Tratando de no ser imprudente, los miré furtivamente. No hacía falta ser muy lince para concluir que este hombre estaba muriéndose, quizás no rápidamente, quizás se estaba muriendo desde hacía tiempo e iría muriéndose durante más tiempo. Me llamaron. El hombre quedó allí, junto a su monja, la mañana de Pascua, esperando que lo llamaran o que le dieran el resultado de unos análisis, o que valorasen si lo ingresaban o no. Cuando uno tiene posibilidad de elegir entre aguantarse el dolor o decidirse a ir a Urgencias, tomar la última opción puede ser también decidirse a rozar la vida de otros, por supuesto sin llegar a penetrar en ellas, la espera sirve de espacio a un ejercicio de imaginación de la trayectoria vital de la gente, de las causas que han llevado a esas personas ahí. La interrupción de la vida cotidiana por una llamada de atención del cuerpo, que a mi edad aún es una compañía silenciosa que lo aguanta todo, es algo que nos zarandea. Cuando esa interrupción se vuelve lo cotidiano, cuando el cuerpo ata a la mente permanentemente a lo concreto de su dolor o cuando ese dolor se hace insoportable, no sé si en esa silla de ruedas o en las muchas sillas de ruedas, pruebas médicas, análisis y camas de hospital, son el lugar en el que me gustaría dejar que se escape mi vida. No lo sé. Quizás sea demasiado darle vueltas a la cabeza para sólo un par de horas en Urgencias.

1 comentario:

Bobby dijo...

Amigo, si vas a urgencias, ves ese panorama y no piensas un poco... efectivamente, te has muerto. Cuidate y ánimo con todo.
Espero algo de Benedetti. Me he acordado de vosotros.

"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".